viernes, 26 de septiembre de 2008

La crisis de los veinte años – Edward Carr

La crisis de los veinte años – Edward Carr

La ciencia de la política internacional

Capitulo 1

El inicio de una ciencia

La ciencia de la política internacional está en su infancia. Hasta 1914, la conducción de las relaciones internacionales fue el consenso de personas profesionalmente dedicadas a ellas. En los países democráticos, las políticas exteriores fueron tradicionalmente vistas como fuera del alcance de las políticas partidarias; y los órganos representativos no se sentían competentes para ejercer ningún control cercano alrededor de las misteriosas operaciones de las oficinas exteriores. En Gran Bretaña, la opinión pública era despertada rápidamente si una guerra ocurría en una región que era tradicionalmente vista como esfera de interés británico, o si la armada británica momentáneamente dejaba de poseer ese margen de superioridad sobre sus rivales que era considerado esencial. En la Europa continental, el reclutamiento y el miedo crónico a una invasión extranjera han creado un conocimiento general y popular mayor sobre los problemas internacionales. Pero este conocimiento encontró su expresión principalmente en el movimiento laborista, que de tiempo en tiempo ha pasado algunas resoluciones académicas contra la guerra. La constitución de los Estados Unidos de America contenía la única previsión de que las tratativas eran concluidas por el presidente “a través y con el consejo y consentimiento del senado”. Pero las relaciones exteriores de Estados Unidos parecían demasiado parroquiales para darle cualquier pequeña significación a esta excepción. Los aspectos más pintorescos de la diplomacia tenían un seguro valor como noticia. Pero en ninguna parte, ya sea en universidades o círculos intelectuales, se había organizado un estudio sobre las relaciones internacionales. La guerra era aún principalmente vista como el negocio de los soldados, y el corolario de esta era la política internacional que era el negocio de los diplomáticos. No había ningún deseo general de tomar la conducción de los asuntos internacionales fuera de las manos de los profesionales o incluso de prestar seria y sistemática atención a lo que ellos estaban haciendo.

La guerra de 1914-18 puso fin a ese punto de vista de que la guerra es un problema que afecta sólo a los soldados y, al ser así, disipó la correspondiente impresión de que la política internacional puede ser seguramente dejada en manos de diplomáticos profesionales. La campaña para la popularización de la política internacional empieza en los países de habla inglesa a manera de agitación en contra de tratados secretos, que eran atacados, con evidencia insuficiente, como una de las cusas de la guerra. La culpa por los tratados secretos debería ser imputada, no a la maldad de los gobiernos, sino a la indiferencia de la gente. Todos sabían que esos tratados eran firmados. Pero antes de la guerra de 1914 pocas personas sentían alguna curiosidad sobre ellos o los creían objetables. La agitación en su contra fue, finalmente, un hecho de gran importancia. Fue el primer síntoma de demanda para la popularización de la política internacional y anunció el nacimiento de una nueva ciencia.

Propósito y análisis en la ciencia política

La ciencia de la política internacional empieza, entonces, a responder a la demanda popular. Ésta ha sido creada para responder a un propósito y ha seguido, en este aspecto, el patrón de otras ciencias. Al principio, este patrón puede parecer ilógico. Nuestro primer emprendimiento, se dirá, es colectar, clasificar y analizar nuestros hechos y dibujar nuestras inferencias; y entonces estaremos listos para investigar el propósito al cual nuestros hechos y nuestras deducciones pueden ser dedicados. El proceso de la mente humana no parece, de todas maneras, estar desarrollado en este orden lógico. La mente humana funciona, para decirlo de alguna manera, a la inversa. El propósito, al que lógicamente le sigue el análisis, es requerido para darle a ambos el impulso inicial y su dirección. “Si la sociedad tiene necesidades técnica”, escribió Engels, “eso sirve como mejor impulsor de progreso de la ciencia que hacer diez universidades”. El primer libro de texto existente sobre geometría “era un compendio de reglas prácticas para resolver problemas concretos. La razón, dice Kant, debe acercarse a la naturaleza “no…en el carácter de un alumno, que escucha todo lo que el maestro elige decirle a él, sino como un juez, que compila los testigos para responder a esas preguntas que el mismo tiene el propósito de solucionar”. “No podemos estudiar ni las estrellas o las piedras o los átomos”, escribe un sociólogo moderno, “sin ser de algún modo determinada, en nuestra manera de sistematización, la prominencia dada a una u otra parte de nuestro objeto, en la forma de intereses”. Es el propósito de promover la salud el que crea la ciencia médica, y el propósito de crear puentes el que crea la ingeniería. El deseo de curar las enfermedades del cuerpo político a dado lugar a la ciencia política. El propósito, aunque seamos o no consientes de él, es una condición de pensamiento; y pensar por el solo hecho de pensar es tan anormal y estéril como la acumulación de dinero del avaro para so propio provecho. “El deseo es más lejano que el pensamiento” es una descripción exacta del origen del pensamiento humano.

Si esto es cierto en las ciencias físicas, es verdad en las ciencias políticas en un sentido más lejano. En las ciencias físicas, la distinción entre la investigación de los actos y el propósito al que los actos son relacionados no es sólo teóricamente válido, sino que es constantemente observado en la práctica. El trabajador de laboratorio dedicado a investigar las causas del cáncer posiblemente estuvo al inicio inspirado por el propósito de erradicar el fallecimiento. Pero este propósito es estrictamente irrelevante para la investigación y completamente separable e la misma. Su conclusión o puede ser más que un verdadero reporte de los hechos. El no puede ayudar a hacer los hechos distintos de los que son; porque los hechos existen independientemente de lo que cualquiera piense de ellos. En las ciencias políticas, que corresponden al comportamiento humano, no existen tales hechos. El investigador está inspirado por el deseo de curar alguna enfermedad del cuerpo político. Entre las causas del problema, el diagnostica el hecho de que los seres humanos normalmente reaccionan a ciertas condiciones de cierta manera. Pero este no es un hecho comparable con el hecho de que los cuerpos humanos reaccionan de cierta forma a ciertas drogas. Es un hecho que puede cambiar por el deseo de cambiarlo; y este deseo, ya presente en la mente del investigador, puede ser extendido, como el resultado de su investigación, a un número suficiente de otros seres humanos para hacerlo efectivo. El propósito no es, como en las ciencias físicas, irrelevante para la investigación y separable de ella: es, en sí mismo, uno de los hechos. En teoría, la distinción sin duda es aún vista entre el rol del investigador que establece el hecho y el rol del médico quien considera el correcto curso de la acción. En la práctica, un role se superpone con el otro. Propósito y análisis se convierten en parte de un solo proceso.

Algunos ejemplos van a ilustrar este punto. Marx, cuando escribió El Capital, fue inspirado en el propósito de destruir al sistema capitalista como el investigador de las causas del cáncer quiere destruir esa enfermedad. Pero los hechos del capitalismo no son, como los hechos del cáncer, independientes de las actitudes de las personas hacia él. El análisis de Marx estaba intentando alterar, y de hecho alteró, esa actitud. En el proceso de analizar los hechos, Marx los alteró. Para intentar distinguir entre el Marx científico y el Marx propagandística es necesario entrecortar. Los expertos en finanzas, quienes en el verano de 1932 aconsejaron al gobierno británico que era posible convertir 5 por ciento del préstamo de guerra al rango de 3 por ciento, sin dudas basaron su consejo en un análisis de hechos concretos; pero el hecho de que ellos hayan dado este consejo era uno de los hechos que, siendo conocido en el mundo financiero, hizo la operación exitosa. Análisis y propósito estaban inexorablemente unidos. No es sólo el pensamiento de un profesional o de un estudiante de política calificado lo que constituye un hecho político. Todos los que leen las columnas políticas de un diario o atienden a reuniones políticas o discuten política con su vecino influyen tanto como el estudiante de política; y el juicio que él forma se convierte (especialmente, pero no exclusivamente, en los países democráticos) en un factor en el curso de los eventos políticos. Así un revisor pudo haber criticado a este libro en sus bases, no porque sea falso, sino por ser inoportuno; y esta crítica, ya sea justificada o no, sería inteligente, mientras que la misma crítica hacia un libro sobre las causas del cáncer sería sin sentido. Cada juicio político ayuda a modificar los hechos donde ellos pasan. El pensamiento político es en sí mismo una forma de acción política. La ciencia política es una ciencia no sólo de lo que es, sino de lo que se piensa ser.

El rol del utopismo

Si por lo tanto el propósito precede y condiciona al pensamiento, no es sorprendente encontrar que, cuando la mente humana comienza a ejercitarse a sí misma en algún campo nuevo, un escenario inicial ocurre en donde el elemento del propósito es altamente fuerte, y la inclinación hacia analizar hechos y significados es débil o no existe. Hobhouse nota como una característica de la “gente más primitiva” que “la evidencia de la verdad de una idea no es aún separada de la cualidad que la hace agradable”. Lo mismo aparecería ser visiblemente verdadero sobre el primitivo, o “utópico”, escenario de la ciencia política. Durante esta etapa, los investigadores prestarán poca atención a “hechos” existentes o a los análisis de causa y efecto, pero se dedicarán devotamente a la elaboración de proyectos visionarios para llegar a los fines que ellos tienen en mente, proyectos cuya simplicidad y perfección les dan una apariencia universal y sencilla. Es sólo cuando este proyecto se quiebra, que los investigadores recurrirán al análisis y al estudio, emergiendo de esa infantil y utópico período, y finalmente se establecerá una ciencia.

Un ejemplo en las ciencias físicas son los alquimistas. Ellos asumían que su fin era único, crear oro a partir de elementos menos valiosos. Fue sólo cuando este proyecto visionario falló y terminó que los investigadores pudieron dedicar su pensamiento al análisis de hechos.

Otro ejemplo está en los pensamientos políticos de Grecia y China en el 500 AC. Ni Confucio ni Platón, pensaron que ellos estaban influyendo significativamente en las instituciones políticas en las que vivían. Como los alquimistas, estaban abocados a desarrollar soluciones altamente imaginativas cuya relación con los hechos era escasa.

Otro ejemplo son lo utópicos socialistas, ellos hicieron un valioso trabajo concientizando a los hombres de los problemas. Pero la solución propuesta por ellos, no tenía una conexión lógica con las causas del problema. Otra vez, fue el producto de la inspiración y no del análisis.

Nadie pudo crear oro en un laboratorio, ni nadie vivió en la república de Platón o en el mundo de libre mercado de Fourier. Pero eso no hace que no sea posible venerar a Platón, Confucio, Adam Smith, como fundadores de una ciencia. El paso inicial de la aspiración es esencial para la fundación del pensamiento humano. El deseo es más lejano que el pensamiento, y la “teología” precede al análisis.

El aspecto teológico de la ciencia de la política internacional ha existido desde el principio. Surgió de una guerra desastrosa y su propósito fue evitar el fallecimiento de los cuerpos políticos a nivel internacional. La pasión inicial para evitar la guerra determino completamente el curso de los estudios.

El impacto del realismo

Ninguna ciencia merece el nombre de tal hasta que no logra distinguir el análisis de lo que es de la aspiración de lo que debería ser. Como en las ciencias políticas esta distinción nunca puede ser absoluta, algunos tratan de descartar a éstas como ciencia. La ciencia política nunca se puede emancipar completamente del utopismo, y el cientista político suele permanecer más tiempo en ese período utópico de desarrollo. En el campo de las relaciones internacionales, es innegable que si todos quisieran un “estado mundial” sería fácil llegar a él; y el estudio de las relaciones internacionales podría ser olvidado si él supone que su fin es que todos deseen ese estado. Ninguna utopía política puede tener el más mínimo alcance si crece fuera de la realidad política.

El impacto del pensamiento por sobre el deseo que sigue al desmoronamiento de los primeros proyectos visionarios y marca el final del período utópico, es comúnmente llamado realismo. Representa una reacción contra los sueños y deseos de la etapa inicial, el realismo toma una actitud crítica y cínica. Tiende a despreciar el rol del propósito y a sostener que la función del pensamiento es estudiar la secuencia de eventos ante la cual somos muy débiles como para alterar. En el campo de la acción, el realismo tiende a destacar la tensión irresistible de fuerzas existentes y el carácter inevitable de ciertas tendencias, y de adaptar a uno mismo a esas fuerzas y tendencias. Tal actitud, considerada como pensamiento “objetivo”, puede ser llevada al punto de verse como una esterilización del pensamiento y una negación de la acción. Sin embargo, el realismo es necesario para corregir al utopismo exuberante. El pensamiento maduro combina propósito con observación y análisis. Utopía y realidad son dos facetas de la ciencia política.

Capítulo 2

Utopía y Realidad

La antítesis entre utopía y realidad es fundamental revelando muchas formas de pensamiento. Los dos métodos de aproximación determinan posiciones opuestas sobre los problemas políticos. Vamos a analizar esta antítesis antes de continuar con la crisis de la política internacional actual.

Determinación y libre albedrío

La antítesis entre utopía y realidad puede ser identificada en algunos aspectos con la de libre albedrío y determinismo. El utópico es necesariamente voluntarista: el cree en la posibilidad de una realidad radical, y de la sustitución de la misma por su utopía mediante un acto de voluntad. El realista analiza el curso predeterminado de los hechos que el no puede cambiar. Para el realista la filosofía siempre llega tarde para cambiar al mundo. El utópico fija sus ojos en el futuro y piensa en términos de creatividad espontánea: el realista, revisa el pasado, en términos de causalidad. Los completamente realistas, aceptan incondicionalmente el curso de los hechos y resignan la posibilidad de cambiarlos; el completamente utópico, rechazando la causalidad, pierde la posibilidad de entender realmente la realidad. La característica del utópico es la ingenuidad; del realista la esterilidad.

Teoría y práctica

La antítesis entre utopía y realidad también coincide con la antítesis entre teoría y práctica. El utópico hace de la teoría política una norma a la cual la realidad debe adaptarse, el realista ve a la teoría política como la codificación de la práctica política. La relación entre teoría y práctica ha sido reconocida como uno de los grande problemas de la ciencia políticas, ya que ambos grupos, realista y utópicos, distorsionan están relación.

Los utópicos creen en cualidades a priori de las teorías políticas. Los realistas, al negarlas, y tratando de buscarlas en la práctica, caen en el fácil determinismo que argumenta que la teoría no es más que la racionalización de propósitos condicionados y predeterminados. Mientras los utópicos tratan al propósito como el hecho final, los realistas corren riesgo tratando al propósito como un producto mecánico de otros hechos. La ciencia política debe basarse en un reconocimiento de la interdependencia entre teoría y práctica, que solo puede ser atendida mediante la combinación de utopía y realidad.

Los intelectuales y los burócratas

Una clara expresión de la antítesis entre la teoría y la práctica en política es la oposición entre burócratas e intelectuales. El utopismo con su insistencia en principios generales representa el punto de vista intelectual de la política. Algunos principios como la libre determinación, el libre mercado y la seguridad colectiva, son tomados como estándares absolutos, y la políticas son juzgadas como buenas o malas en tanto confluyen oo divergen de ellos. En el mundo moderno, los intelectuales han sido los líderes de los movimientos utópicos. Pero la característica debilidad del utopismo es la característica debilidad de los intelectuales políticos. En Alemania y muchos pequeños países europeos, las constituciones democráticas de 1919 fueron desarrolladas por intelectuales devotos, y poseían un alto grado de perfección teórica. Pero cuando la crisis ocurrió, ésta tiró abajo a casi todos esos regímenes. En Estados Unidos, los intelectuales jugaron un papel fundamental creando la Liga de Naciones, y muchos de ellos aún son soporte de ella.

El punto de vista burocrático es fundamentalmente empírico. El propósito burocrático es el de resolver cada problema con sus meritos, para ir formulando principios y para ser guiado por el curso correcto a través de un proceso intuitivo nacido de la larga experiencia y no del razonamiento de la conciencia. No hay casos generales, sólo hay casos específicos. En este desprecio a la teoría, el burocrático se ve como un hombre de acción. El burócrata tiende a hacer de la política un fin en sí mismo. Vale recalcar como ejemplo de burocráticos a Maquiavelo y a Bacon.

Esta antítesis fundamental entre intelectuales y burócratas modos de pensamiento, ha aparecido fuertemente en la última mitad de siglo donde difícilmente podría haber sido buscado: el movimiento laborista.

La oposición entre intelectuales y burócratas era particularmente prominente en Gran Bretaña durante los veinte años de entre guerras en el campo de las relaciones internacionales. Durante la primer guerra, la Union de Control Democrático, una organización de intelectuales utópicos, pujó para popularizar la idea de que la guerra se debía al control de las relaciones exteriores en todos lo países por parte de diplomáticos profesionales. Woodrow Wilson creía que la paz era segura si los asuntos internacionales eran manejados no por diplomáticos y político preocupados en sus propios intereses sino por científicos desinteresados que hayan estudiado el asunto en cuestión.

Izquierda y derecha

La antítesis entre utopía y realidad se reproduce también en la antítesis entre radicales y conservadores, entre izquierda y derecha. El radical es necesariamente utópico y el conservador realista. El intelectual, hombre de teoría, gravitará alrededor de la izquierda tan naturalmente como el burócrata, hombre de práctica, gravita alrededor de la derecha. Por lo tanto la derecha es débil en teoría, y sufre cierta inaccesibilidad a las ideas. La característica debilidad de la izquierda es la de que falla al tratar de llevar su teoría a la práctica.

Más que nada, la antítesis entre utopía y realidad encierra concepciones distintas de las relaciones políticas y la ética.

Conclusión

Capitulo 14

Los prospectos de un nuevo orden internacional

El fin del viejo orden

Los períodos de crisis han sido comunes en la historia. La característica de la crisis de los veinte años entre 1919 y 1939 fue el abrupto descenso desde la esperanza visionaria de la primera década a la desesperación severa de la segunda, desde una utopía que tomaba un poco de la realidad a una realidad donde cualquier elemento utópico era rechazado. Los años dorados de continua expansión de territorios y mercados, de una coherente civilización occidental cuyos conflictos podían ser armonizados con la progresiva expansión de área común de explotación y desarrollo, con la asunción de que lo que era bueno para uno era bueno para todos, y de que lo que era económicamente correcto no podía estar moralmente equivocado.

La primer y más obvia tragedia de esta utopía fue su ignominioso colapso, y la desesperación que el mismo trajo consigo. “Las masas europeas se dieron cuenta por primera vez que la existencia en esta sociedad es gobernada no por fuerzas sensibles y racionales, sino por fuerzas ciegas, irracionales y demoniacas.

La segunda tragedia del colapso de la utopía fue más sutil. En la mitad tardía del siglo XIX, cuando la armonía de intereses estaba ya afectada por conflictos de creciente gravedad, la racionalidad del mundo fue salvada con una fuerte dosis de Darwinismo. La realidad del conflicto fue admitida. Pero desde que el conflicto termino con la victoria del más fuerte, y la victoria del más fuerte era una condición de progreso, el honor fue salvado a expensas de lo impropio. Después de 1919 solo los fascistas y los nazis se aferraron fuertemente a este anticuado dispositivo para racionalizar y moralizar las relaciones internacionales. Como todas las utopías que son institucionalizadas, esta utopía se convirtió en una herramienta de intereses y fue pervertida como un baluarte del status-quo.

¿En qué dirección podemos buscar por una resurrección de la moral internacional? Es posible que tal resurrección no exista y el mundo caiga en un período de caos y regresión en el cual se destruya el modo actual de sociedad y eventualmente surja uno nuevo. Nuestra tarea es explorar las ruinas de nuestro orden internacional y descubrir en que frescas bases podemos esperar reconstruirlo, y como otros problemas políticos, este problema debe ser considerado desde el punto de vista del poder y de la moralidad.

¿La nación sobrevivirá como la unidad del poder?

Antes de considerar el rol del poder en cualquier nuevo orden internacional, debemos preguntarnos sobre cuál será la unidad de poder. La forma actual de las relaciones internacionales está sostenida sobre el hecho de que las unidades son efectivamente los estados. La forma del futuro orden internacional está directamente vinculada con el futuro del grupo unitario.

La revolución francesa pugnó por los derechos del hombre. Su demanda de igualdad era una demanda por igualdad entre individuos. En el siglo XIX, esta demanda se transformó en una demanda por igualdad entre grupos sociales. Marx estaba en lo correcto al percibir que el individuo en aislamiento no podía luchar efectivamente por la igualdad de derechos y de la humanidad. Pero estaba equivocado al suponer que la última unidad era la clase social, y al descontar la cohesiva y comprensiva cualidad de la unidad nacional. Las grandes figuras europeas de finales del siglo XIX fueron Disraeli y Bismarck, quienes lucharon por mantener unidas dos naciones. Imperceptiblemente la lucha entre clases empezó a ser menos importante que la lucha entre naciones. Y la lucha por la igualdad se volvió indistinguible de la lucha por el predominio.

Esta es una de las razones básicas de la importancia que tomo la política internacional después de 1919. La nación se convirtió en la unidad suprema en la cual se centraban las demandas de igualdad y las ambiciones de predominio. La nueva armonía lo que requería no era la igualdad entre individuos (como el laissez-faire), ni una igualdad entre clases (como Marx exigía) sino igualdad entre naciones. Hoy necesitamos no cometer el error de tratar a la nación como el último grupo unitario de la sociedad humana. Necesitamos no parar de argumentar cual es la mejor o peor unidad para servir como foco al poder político. Las especulaciones en este tema caen naturalmente en dos preguntas:

  • ¿Las unidades de poder político más grandes y comprensivas son necesariamente de carácter territorial?
  • ¿Si es así, continuarán tomando la forma de la actual nación-estado?

Sobre la primera cuestión podemos decir que al presente, estas unidades tienen una distintiva forma territorial, y el poder político es probablemente nunca fue divorciado de la posesión de territorio. En ningún periodo previo estuvieron las fronteras tan rígidamente demarcadas, o su característica de barreras tan fuertemente reforzada, como hoy; y en ningún periodo, ha sido aparentemente posible organizar y mantener alguna forma de poder internacional. Es difícil para el hombre contemporáneo imaginar un mundo en donde el poder político estuviera organizado en una base no territorial, sino de raza, credo o clase. Pocas cosas son permanentes en la historia; y es inevitable asumir que la unidad territorial del poder es una de ellas.

El problema del tamaño optimo de las unidades es el más desconcertante e importante de la actualidad; y en el futuro cercano vera posiblemente un fuerte desarrollo.

En una dirección, hay una clara tendencia a la integración y formación de cada vez más grandes unidades políticas y económicas. El interludio de 1918, cuando el nacionalismo momentáneamente tomo un rol desintegrador, produzco un gran fiasco. La multiplicación de las unidades políticas y económicas se agregó a los problemas de la post guerra. Los vencedores de 1918 perdieron la paz en Europa central porque continuaban teniendo un principio desintegrador en una era que clamaba por unidades más y más grandes. Tal era tendencia hacia la concentración del poder en las manos de seis o siete unidades altamente organizadas, rodeadas de satélites completamente dependientes en sus movimientos.

Una predicción podía ser hecha con cierta confidencia. El concepto de soberanía será en el futuro cada vez más borroso e indistinto de lo que es ahora. El término fue inventado después de la ruptura del sistema medieval para describir el carácter independiente de la autoridad clamada y ejercitada por el estado que ya no reconocía la autoridad formal del imperio. Nunca fue una etiqueta mejor, y cuando las distinciones empezaron a hacerse entre soberanía política, económica y legal o soberanía externa e interna, era claro que esa etiqueta había dejado de cumplir su función distinguiendo a una sola categoría. El concepto de soberanía se desdibujo por completo cuando en una computación del valor del comercio de las colonias británicas o la inversión en las colonias británicas, Egipto e Irak eran excluidos basándose en el hecho de que eran estados soberanos. La unidad efectiva del futuro será con todas las probabilidades no la formalmente reconocida por el derecho internacional. Cualquier proyecto de orden internacional que toma a estas unidades formales como su base, parece ser irreal.

Es difícil imaginar un mundo hipotético donde el hombre no se organice a sí mismo en grupos con propósitos de conflicto, y le conflicto no puede ser transferido a un campo más alejado. Hasta donde conocemos, la comunidad internacional no puede organizarse contra Marte. Este es simplemente otro aspecto del dilema con el que el colapso de las amplias condiciones de la civilización del siglo XIX nos ha enfrentado. Parece que ya no es posible crear una aparente armonía de intereses a expensas de otro. El conflicto ya no puede ser evadido.

Poder en el nuevo orden internacional

El poder es un ingrediente necesario de cualquier orden político ¿Por qué poder puede el orden internacional ser restaurado?

Esta pregunta es frecuentemente respondida de diferentes maneras por diferentes naciones. Los ingleses mas contemporáneos aseguran que las condiciones que dieron el ascenso a Inglaterra en el silgo XIX ya no existen. Pero a veces, se consuelan a sí mismos con el sueño de que la supremacía británica, transmutará en una forma mejor y más efectiva que el ascender la cantidad de anglos parlantes. Esta idea romántica vuelve a los últimos años del siglo XIX cuando Gran Bretaña tenia la conciencia de crecer hacia la supremacía mundial.

El enorme crecimiento del interés de Gran Bretaña en todo lo relacionado a los Estados Unidos muestra cuán fuerte pego esta ambición en los corazones británicos.

Del otro lado del atlántico, la pintura es completamente diferente. En lugar de una vieja firma, ansiosa de renovarse tomando sangre nueva, tenemos a una joven y desconocida nación, librada a su propia fuerza, y sin saber a dónde esa fuerza podría llevarla. Los Estados Unidos no tomaron, hasta el cambio de siglo, un lugar de reclamo como gran poder. Pero no fue mucho antes de que los americanos empezaran a ver visiones de la supremacía del mundo,

El inconveniente de todas las concepciones del orden mundial está en la ascensión de un poder superior, con el derecho reconocido por ser el más fuerte, de asumir el papel de líder del mundo.

La política de Japón, como la de China remarcada en la Liga de las Naciones era establecer una “pax japonica” en el lejano este. El nuevo orden internacional se puede desarrollar solo en una unidad de poder suficientemente coherente y fuerte para mantener su ascenso sin ser a si misma llevada a tomar parte en rivalidades entre unidades menores. Cualquiera sean los asuntos morales que estén involucrados, es un asunto de poder el cual no puede ser expresado en términos de moralidad.

Moralidad en el nuevo orden internacional

Si es utópico ignorar el elemento de poder, es un tipo irreal de realismo el que ignora el elemento de la moralidad en cualquier orden mundial. Como en cada estado cada gobernante, piensa que necesita el poder para basar su autoridad, también necesita la base moral de consentimiento del gobierno, por eso el poder internacional no puede basarse simplemente en poder. Cualquier orden internacional presupone una substancial medida general de consentimiento.

La crisis real internacional es el final y caída irrevocables de las condiciones que hicieron al orden posible en el siglo XIX. El viejo orden no puede ser restaurado, y los cambios drásticos tampoco son posibles.

Últimamente la mejor esperanza de progreso de la reconciliación internacional parece estar ligada a la reconstrucción económica.

En tanto y cuanto el poder domine por completo las relaciones internacionales, la subordinación de cualquier otra ventaja a lo militar intensifica la crisis, y da un anticipo del totalitarismo característico de la guerra en sí. Pero una vez resuelto el problema del poder, y la moralidad asume su rol, la situación ya no es desesperanzadora.

La ampliación de nuestro punto de vista de la política nacional debe ayudar a ampliar nuestro punto de vista de la política internacional, y no es en absoluto seguro de que una apelación directa a la motivación del sacrificio siempre fallará.

Esto es, también, una utopía. Pero se perfila más directamente en la línea de avances recientes que las visiones de una federación mundial o una Liga de las Naciones más perfecta. Estas elegantes superestructuras deben esperar hasta que algún progreso haya sido hecho para comenzar su fundación.

1 comentario:

Lino Cruz dijo...

Gracias por compartir, espero alguna vez tenerlo completo. :)