viernes, 26 de septiembre de 2008

La historia de la idea europea – Bernard Voyenne (Resumen)

La historia de la idea europea – Bernard Voyenne

Unidad 2.1

Prefacio

La idea de Europa debe poco a la geografía. La idea, es decir, la razón suprema de un proceso histórico, su principio y su fin, dónde radican si no es en la voluntad de los hombres, en la conciencia, que en este caso es la conciencia europea.
Europa no tiene fronteras, pero si una fisonomía, del todo inequívoca. No tenemos que añadir que tiene un alma. No existe una idea si no es encarnada en una realidad e, inversamente, es algo inmanente de lo real, se desprende de él.
Esta dialéctica preside las misteriosas nupcias del pensamiento y la acción que han engendrado nuestra civilización.
Una civilización es aquello que tiene conciencia de existir como un todo distinto. Y esta conciencia es una cultura. Europa es esto.
Europa ha surgido de una ciudad o dos. Durante siglos ha vivido en un feliz engaño, creyéndose la equivalencia del mundo o, al menos, del mundo civilizado.
El tema que nos atrevimos a abordar en estas páginas es, pues, ambiguo. Primeramente era preciso exponer las tentativas que han venido sucediéndose, durante más de veinte siglos, hasta conseguir hacer de Europa una unidad. El deseo de hegemonía constituye casi siempre su motivación. Después, debemos enumerar los puntos de vista de las ideologías que han elaborado proyectos de unión y han intentado racionalizar la vida en común como obras de intérpretes inspirados en el deseo colectivo de distintas épocas.
Finalmente deberá aparecer una última dimensión para dar perspectiva a este estudio: la historia de la conciencia europea.
Mas que amasar hechos hemos intentado ver las perspectivas o, más exactamente, nos hemos contentado con subrayar aquellas que nos han sido sugeridas por el producirse mismo de los hechos.

La Europa ecuménica

Introducción

Fruto de Asia – Europa es una vasta región. Ya Herodoto se preguntaba: “No puedo explicarme en qué ocasión la tierra, siendo una, ha recibido tres denominaciones distintas, deducidas de nombre de mujer”. Sobre aquello que pueda definirnos Europa, debemos admitir que no sabemos más que el antiguo historiador. Es, por tanto, forzoso que nos contentemos con algunos datos elementales.
Geográficamente, apenas el istmo que separa el mar Caspio del mar Blanco, individualiza una península. Por lo demás, las transacciones son insensibles y las oposiciones poco marcadas. Por eso la presencia de Oriente influyó durante tanto tiempo, simultáneamente como una llamada y una amenaza. Contra esta pujanza masiva de Asia, Europa se dispondrá como en oposición. El mundo antiguo habrá acodado un nuevo brote, cuya frágil infancia en nada dejaba prever un brillante porvenir.

El nombre del misterio – Europa, es una de las ninfas del mar de la mitología griega. Esta joven es raptada por Zeus bajo la forma de un toro blanco. De sus amores surgió la primera dinastía cretense que fue, en efecto, la cuna de nuestra civilización. El mito es hermoso pero oscuro. ¿Nos esclarecerá algo más la etimología? Apenas, hoy se prefiere referir el nombre de Europa al epíteto homérico de Zeus Europe (el que ve a lo lejos). Es sorprendente que este nombre misterioso se haya dado a aquel lugar de donde surgirán los hombres más ávidos de claridad que jamás hayan existido.

Continente de agua – Dejemos, por tanto, los indicios desconcertantes. Por más que Europa no es, efectivamente, un continente geográfico, esto no significa, que la geografía no lo haya determinado. Aquí aparece una certeza: Europa es el continente del agua. Esta península tortuosa es el lugar más bañado que existe en el mundo.
Este cuerpo maravilloso, regado por mil arterias, arteriolas y vasos, recibe generalmente del cielo humedad abundante que hace germinar sus campos y dulcifica su clima.
Por último, también el agua, erosionando, puliendo, esculpiendo un suelo muy viejo y por tanto, rejuvenecido, ha dado a esta tierra su vario y armonioso relieve. Los ríos no son tanto fronteras naturales como vías de comunicación. Europa es la tierra de los intercambios fecundantes, pero también la de las batallas que templan y virilizan.

Continente del espíritu – Europa no es un continente por su configuración. Tampoco lo es por el medio marino en que se sumerge y resurge. Es únicamente Europa por una voluntad común de cuantos viven en ella, por una común vocación. Europa, a fin de cuentas, es una idea o, si se prefiere, una conciencia.
El hombre europeo no se define ni por la raza ni por la lengua. La raza es una palabra que carece de sentido donde los más sorprendentes entrecruzamientos de pueblos se inician anteriormente a toda memoria. Por cuanto se refiere a la lengua, si bien es relativamente más homogénea, atestigua la existencia de algunos reinos primitivos que emprendieron la conquista del continente, aparece dividida en dos grupos irreductibles (indo-europeo y fino-ugrés). Lo que explica al europeo es cierta fiebre espiritual, una pasión por la aventura y la organización, una curiosidad, una inquietud.
La diversidad, el abigarramiento incluso, se leen en el suelo europeo. No se conseguirá hacerlas desaparecer, en provecho de cualquiera unificación arbitraria.
La incesante, la insaciable persecución de su unidad de vocación a través de las dolorosas fragmentaciones de su destino: ésta es la historia de Europa.
Pero siempre han surgido aquellos hombres que han visto más allá de los demás. La conciencia es precisamente lo que está más allá.
La historia que intentamos trazar a grandes rasgos, es la de esos europeos de vanguardia; la historia de esta idea europea sin la que la palabra Europa no existiría, o, al menos, carecería de sentido.

El mundo griego

Europa en germen – Grecia fue, hace veinticinco siglos, cumplida figura de Europa a la vez que su origen. Las características de Grecia son ya las de Europa: dentada península, bañada abundantemente por un mar maternal, dividida en multitud de valles y llanuras autónomas pero, por lo mismo, vinculadas entre sí. Además es poblada por una raza compuesta. Por una parte el carácter sedentario más antiguo, más estable, más religioso: por otra el genio crítico, mercader, colonizador e incluso un poco pirata. Esta oposición esclarece, sin duda, si no basta para explicarlo, el milagro griego, como explicará un día el milagro europeo.
El carácter apolíneo es razonable: es el carácter soberano. El carácter dionisíaco es razonador: es la rebelión que combate, en nombre de una justicia superior. Aquí la estabilidad centrípeta, allá la agitación centrífuga, la aventura próxima o lejana. Veamos en acción a estos dos caracteres contradictorios: mientras que uno se organiza pacientemente la vida común y alcanza, al punto, cierta perfección cívica, el otro se lanza allende los mares, a descubrimiento del mundo.
Atenas es el símbolo y la obra maestra de la Grecia municipal, arraigada. Pero, es de la Focia que parten aquellos marinos que, tomando probablemente su arte de los semitas fenicios, van a colonizar la Magna Grecia y a fundar Massilia.

La comunidad panhelénica – Grecia tendía a la federación. Si bien el individualismo y el carácter de sus ciudadanos, impedían una centralización sofocante; la amenaza siempre en ciernes de Oriente le recomendaba la unión.
Cuando los griegos hubieron descubierto que honraban a dioses comunes, pudieron acceder a la idea, o sueño de una comunidad.
La historia de las anfictionías es del todo conocida. Anfictión, nieto de Prometeo, las estableció probablemente, Doce pueblos, los más antiguos, enviaron cada uno dos diputados. La reunión se realizaba, de preferencia, en Delfos, en el templo de Apolo, o en el de Ceres, próximo a Termopilas. Parece que la asamblea plenaria no se congregaba más que excepcionalmente. La misión especial de las anfictionías era asegurar la libertad y la integridad del culto. Se había intentado, al menos en principio, pasar de este culto común a una organización de orden político. Las anfictionías vinieron a ser, poco a poco, las guardianas del derecho nacional helénico.
Cuando la religión se debilitó, fue poco menos que impotente para dominar las pasiones. El drama está en que la sabiduría, del todo humana, que le sucedió, se reveló incapaz, y tal vez no deseosa, de producirse en términos de eficiencia, uniendo espiritualmente a quienes la fe no había integrado más que insuficientemente.
Ni los peligros exteriores, acompañados de más trágicas ruinas, ni la lucidez de algunos hombres de estado hicieron más. Ciertamente, las invasiones persas provocaron la formación de ligas defensivas que se unieron para desunirse después, al dictado de los acontecimientos. Faltaba un federador, Atenas estaba señalada para esta misión, sin embargo, la pertinaz inhibición de Esparta y también las ambiciones hegemónicas atenienses decidieron de otra suerte. Debilitadas, las ciudades helénicas se condenaron a recibir de una monarquía la lección que no habían sabido darse a sí mismos. Filipo, después Alejandro, realizaron por la fuerza lo que la libertad había torpemente apuntado. Sin embargo, los griegos rehusaron estar unidos bajo él, así como lo habían hecho al luchar contra él.

Nacimiento del universalismo – Este pueblo que reveló la más trágica incapacidad para poner en práctica el universalismo fue, sin embargo, su inventor. De hecho, por sus divisiones, ha sabido, no obstante, alcanzar la sublime región del espíritu unificado. La civilización que él ha edificado ha sido la primera en concebir la autonomía de la razón. La filosofía, la ciencia y el arte son productos de esta revolución, y también la política, que procede de las tres.
No exageremos, sin embargo. Si bien llega a la razón griega el uso del raciocinio, aparece claro que su dominio se extiende más allá de lo que nosotros entendemos por razonable. Una nueva dimensión del espíritu ha encontrado, consecuentemente, en ello, una de sus leyes: la del conocimiento profano.
Lo mismo que las anfictionías, y más o menos simultáneamente, la idea de un Dios universal nació con el declinar de los viejos cultos políades. Es sabido cómo Sócrates restableció un equilibrio entre los derechos de la razón individual y las exigencias de la vida social. Platón y Aristóteles se instalan sólidamente más allá de esta brecha magistral, sobre una especia de plataforma, desde donde, profundizando cada cual por su lado, desembocan a poca distancia y levantan el edificio más prodigioso que jamás haya articulado la inteligencia humana. Los cínicos y los epicúreos, a la manera agresiva de los sofistas, después de los estoicos, con más riguroso procedimiento, acaban de demoler el antiguo orden socrático. A una concepción espiritual de la divinidad responde en su pensamiento el surgir de una humanidad personalizada. Por un proceso que prefigura la revelación cristiana, precisamente bajo la idea de una paternidad universal establecen la fraternidad universal.
En el siglo I antes de nuestra era, acababa Roma, con la conquista de la Hélade, la edificación de un imperio que la convertía ya en dominadora de todo el Mediterráneo.

Unidad 2.2

La paz romana

El mundo unificado – Si Grecia fue germen de Europa, se puede decir que el imperio romano ha sido su matriz. Geográficamente, el imperio romano no se extendió por toda Europa: la separaba en dos partes, siguiendo los limes, aproximadamente por la línea del Rin-Danubio.
Lo esencial no reside tanto en el aspecto físico del mundo romano como en la idea romana que trasciende aquel en mucho. Por primera vez se ha presentado una Europa unida bajo una misma ley. Todo el viejo mundo occidental, no formaba más que un amplio cuerpo homogéneo, obediente a los mandatos de una única cabeza. Durante largos siglos, y tal vez hasta nuestros días, Europa guardará el recuerdo, la nostalgia, de esta unidad originaria.
Si bien el concepto de catolicidad desaparecerá pronto, no se podrá negar que es la romanidad quien la ha hecho posible. Así, cuando dure la cristiandad, se verá rodeada por el deseo de resucitar el antiguo imperio. Y tanto es así que el descubrimiento de nuevas tierras, más allá de los mares, provocará no sólo una revolución material, sino, además y sobre todo, una inquietud metafísica, una especie de escándalo, al que la cristiandad política, ya harto decrépita no sobrevivirá.

El nacionalismo imperial – A decir verdad la paz decretada por Augusto no es más que la federación de un mundo libre. El principio romano es, en sí mismo, unitario, imperialista, centralizador y brutal. A cambio de una servidumbre prometía una protección de la que, a menudo, se felicitaba pero de la que, a veces, se lamentaba,
El viejo derecho quiritario es el más nacionalista que existe; lo es de manera casi absoluta. La estirpe de los señores es la de los ciudadanos romanos. Todo lo que no provenga de aquella apenas si es considerado como humano. El extranjero es un enemigo, y ante todo este extranjero del interior llamado esclavo.
Aquí surge la distinción entre ciudadanos y hostes, entre hombres libres y esclavos, que nunca fue abolida. No podía serlo más que por la revolución copernicana del cristianismo.
Primeramente se conocen distintas clases de hostes: los barbaros, que venían del extranjero propiamente dicho, sin ningún derecho y los peregrinos miembros de estados integrados al imperio. Dentro de estos existían los peregrinos dedictices, pertenecientes a aquellas naciones vencidas, y eran los peor tratados ya que la falta de docilidad de sus dirigentes era considerada como imperdonable. Por otro lado estaban los peregrinos sin más, ciudadanos de naciones que se habían incorporado por un tratado al imperio y que conservaban sus propias instituciones y costumbres, tenían un derecho especialmente elaborado para ellos (ius gentium) y un magistrado designado juzgaba las cusas.
Así esta distinción fue perdiendo de a poco su rigor, en pos de una visión más paternalista.

Victoria del universalismo – En los últimos años de la República, Cesar, incorporando el continente al mundo romano, prefigura la Europa posterior y prepara así un porvenir que su genio no podía en absoluto imaginar. Entonces el imperio forma un conjunto inmenso y complejo, un auténtico sistema solar con planetas de pequeña, mediana y primera magnitud, satélites y asteroides, gravitan alrededor del centro inmóvil y majestuoso de la Ciudad Eterna.
En esta misma época, y bajo la influencia de la filosofía griega, Servio Sulpicio, maestro de Cicerón, extendió la noción de derecho de gentes al de derecho natural.
La idea progresará, en concierto con el progreso del estoicismo, conforme el imperio se irá convirtiendo en más y más cosmopolita.
De etapa en etapa, la idea humanista aportada por los griegos progresó en el interior de la latinidad, combinándose con una hábil política de asimilación. Después de algunos siglos de esta irresistible asimilación, todos los notables del imperio y un gran número de particulares se encontraron que habían cambiado de condición, se puede decir incluso que de naturaleza. Entonces un decreto, firmado por Caracalla en el 212, concedió la ciudadanía a todos los hombres libres que habitaban el imperio. Este paso, sin embargo, no fue más que extender a los peregrinos el importe del vigésimo sobre las sucesiones y las franquicias, que no pagaban hasta entonces.
Entonces, ciertamente, la ciudad y el mundo no forma más que uno. La imagen majestuosa de un orden universal se revela a los ojos de los hombres ilustrados.
El imperio está en la cima de su proceso. No va más que a declinar en adelante, replegándose sobre su propia grandeza y bajo los golpes recibidos de un mundo exterior del que había, hasta entonces, apenas si supuesto la existencia. El último toque que le faltaba para llegar, en su orden, a la perfección, el cristianismo lo aportará enseguida: será la idea de que todos tienen un padre común. El imperio cristianizado aparecerá como la representación terrestre de la ciudad de Dios.

Contradicciones de la idea de imperio – El imperio romano no era específicamente europeo, más de la mitad de sus territorios eran asiáticos y africanos; sin embargo, fue para Europa el modelo fascinante que guardará siempre en su recuerdo, no cesará en delante de suscitar muchos recuerdos en los hombres de la iglesia y en los hombres del estado. La religión católica verá en él, no sin exceso alguna vez, la forma predestinada de su organización temporal. Igualmente la idea imperial será en el transcurso de los siglos una constante privilegiada de la política europea.
Por razón de las peculiaridades características del mundo antiguo, el imperium no había constituido más que un factor de equilibrio muy insuficiente para la autonomía de las ciudades. El humanismo estoico que constituía la principal arma ideológica, concebía la unidad del género humano como una fusión en un todo homogéneo. El imperium estaba aquejado de un vicio profundo. No podía reinar más que por la fuerza y sobre la pasividad. Era la hegemonía o nada.
Cuando las células primarias reconquistarán sus derechos, no podrán hacerlo mas que contra el imperium edificado en su detrimento. Su liberación equivale a su muerte. Así se instaura en Europa, bajo los auspicios de la romanidad, una dialéctica que opone en un combate incesante y de victorias alternativas, los impulsos hechos inconciliables por el sistema monista que el pasado ha impuesto y del que el porvenir no sabrá librarse. Una relación antagónica entre la unidad por vía de centralización y la libertad por vía de secesión.
El cristianismo se esforzará en organizar la feudalidad con un espíritu muy diferente capaz de conciliar la autonomía con la jerarquía, pero no conseguirá su cometido más que en breves momentos.
En todas partes y siempre, en este sistema heredado del derecho romano, así como en los métodos simplificadores de la política romana, parece imposible encontrar un camino medio que asegure un equilibrio dinámico entre tendencias igualmente necesarias, evitando los extremos por igual ruinosos.

Unidad 2.3


El ensayo de restauración carolingia

La gran noche – La idea universalista va a resultar oscurecida durante muchos siglos.
Si la iglesia de Roma hubiese encontrado un Imperio vigoroso, la cristiandad se habría realizado tal vez algunos siglos antes y con una armadura mucho más sólida. No solamente la idea cristiana no contradecía la idea imperial en sus aspectos universalistas, sino que llevaba en sí fuerzas capaces de regenerarla. Hacia el año 300, la distinción entre los poderes comienza a elaborarse. Una vez admitido este punto esencial, los padres de la iglesia estaban dispuestos a sostener el imperio; es que Dios quiere la unidad del género humano.
Pero los padres defienden generalmente la idea de una división jerarquizada de las cargas. Que el emperador se someta a la autoridad de lo espiritual, que asegure, tanto en el interior como en las fronteras, la paz y el orden de los que el cristianismo tiene tanta necesidad y tan alto concepto, y los cristianos no negarán su concurso en las empresas justas.
Constantino no ha restaurado el imperio más que para repartirlo mejor: en el 33 divide el imperio entre sus hijos y sobrinos, como un patrimonio. Finalmente, realiza la donación apócrifa en su redacción pero auténtica en su espíritu, mediante la cual devuelve a la silla apostólica la capital moral de Roma y un aparte de su dominio material. Trasladando sobre las riberas del Bósforo el centro político del imperio. Esta abdicación voluntaria del imperio a favor del papado tendrá sus prodigiosas consecuencias.
El cristianismo lejos de ser el regenerador que en otras circunstancias habría podido llegar a ser, no es aquí más que uno, entre otros muchos, de los agentes de disolución. La cristiandad ya no será más el hijo legítimo y tímido de la vieja sangre romana y de la esposa de Cristo, sino el vigoroso bastardo de una iglesia que, habiendo salvado de Roma todo lo que podía ser salvado, se dejó violar heroicamente por el bárbaro.
En el 395 el imperio es partido definitivamente. En el 476 Bizancio pretende, como único depositario de la idea imperial, representar la totalidad del imperio, pero debería ser muy ciego para creerlo.
Por lo que concierne a la iglesia, no quedó menos dividida: se pierden en sutiles discusiones alrededor de textos más o menos legendarios.
Si Roma debe renacer, no será precisamente en Roma, y menos aún, en Constantinopla. La unidad no podrá nunca ser más monolítica. El imperio, desmembrado, se ha convertido en una palabra: virtualmente alcanzado en el siglo VIII bajo León III el Isaúrico, su ruptura sobrevendrá el 29 de mayo de 1453, en provecho de los turcos. En adelante, la historia vive un enfrentamiento entre los que el imperio había federado y, frente a ellos, los demás.

Los aventureros providenciales – En el año 610 de nuestra era, un camellero llamado Mahoma escuchó la voz del ángel Gabriel que le hablaba. Doce años después, lo que en principio no había sido más que una anécdota de los desiertos, se convertía en una auténtica fuerza. Desmembrado desde sus comienzos por oscuros e inextricables conflictos el Islam encuentra su salvación en la huida de ahora en adelante. En menos de un siglo y medio e Asia Menor, Persia, toda el África romanizada y, por fin, España, caen, casi en un solo golpe, bajo el arrollador impulso de la guerra santa, consiguiendo para los descendientes del profeta las ciudades más antiguas del mundo y sus más ricos graneros, a la vez que los lugares santos del cristianismo.
¿De dónde vendrá la salvación? Llegará del norte. En los confines del antiguo limes un pequeño estado galo-germánico convertido al cristianismo, ha tomado el relevo.
En el 732 el emir Abd-er-Rahman marcha sobre el Loira, amenazando la sepultura sagrada del apóstol de las Galias y, con ella, toda la Europa cristiana. Durante seis días los ejércitos se observan y, en el séptimo, la batalla empieza. A la mañana del día octavo por primera vez la horda ha retrocedido, y esto ante quién: ante los europeos, nombre que designa a esta coalición de francos, celtas, iberos y sajones reclutados por Carlos Martel.
En el 751, el hijo de Carlos Martel, Pepino el Breve, hace caer de un papirotazo al último merovingio, Childerico III, se proclama rey de los francos y se hace consagrar en Soissons por Bonifacio. El papa Zacarías tuvo la astucia de ratificó la decisión del Dios de los ejércitos, poniendo resueltamente la naciente cristiandad bajo la protección de esta dinastía de aventureros providenciales.
El hijo de Pepino, Carlos, supera aún, por su genio y su fortuna, a su tres grandes antecesores: es, sin discusión, el Grande: Carlomagno. Aumentan aún los dominios que recibe. Así el día 25 de diciembre del 800, Carlomagno es coronado emperador de Roma, casi por sorpresa.

El nuevo imperio – En verdad no es el imperio el que renace, no es el imperium; no es la latinidad, es Europa.
La alianza política que se acaba de reconstruir es, efectivamente, bien distinta de la anterior, incluso bajo la forma diluida que había presentado en los últimos siglos. El nuevo imperio es el imperio del bárbaro, y nada debe al pasado. Bizancio no se engaña.
Pero este bárbaro es profundamente religioso. Aquisgrán es la capital temporal, pero no impide que el imperio tenga una segunda capital, simbólica únicamente, si se quiere, pero este símbolo es esencial. Esta capital no es otra que Roma. Sin ella, Carlomagno no sería más que un jefe afortunado. He aquí lo que debe a Roma: su legitimidad. Moralmente esta legitimidad es su mayor orgullo, porque es la más difícil de conseguir; políticamente, le resulta indispensable. Porque su imperio no tiene otra unidad que la fe. Así se cambia el concepto de imperium romanorum por el de imperium christianorum. Por la misma razón, el bárbaro, bajo Carlomagno y a partir de él, no es ya el extranjero sino el pagano.
Con el fin de construir su imperio, Carlomagno toma ciertas medidas. Primeramente refuerza el único principio de unidad de que dispone; es él quien conduce como el auténtico jefe de la Iglesia visible y el Pontífice parece ser a veces, no más que un delegado de funciones sagradas. Seguidamente se va a ocupar en reconstruir una cultura y lengua comunes: es una latinidad lo que pretende. Por fin, y sobre todo, crea, con todos sus elementos, un estado perfectamente organizado alrededor de su persona y tan centralizado que en su poder está constituirlo, con su legislación, sus cuadros administrativos, sus emblemas, su ejército, su diplomacia. Carlomagno fue un gran nivelador.
La centralización según la realizó, estaba destinada a la ruina. Era preciso someterla a tentación; su destino era fracasar. La unidad del mundo romano estaba constituida sin duda por el soldado romano. La estructura de la sociedad carolingia era tal que, ciertamente, no podía sostener la armadura grandiosa, pero en parte artificial, que el emperador había intentado imponerle. Su obra tal vez se produjo demasiado tarde o demasiado pronto; no por eso deja de ser el hecho más importante de toda la historia de la unidad europea.

El Sacro-Imperio – Carlomagno no organizó su sucesión con criterios de sólida continuidad. Antes de treinta años después de su muerte, en el 843, se divide el imperio en Verdún.
Como escribió Víctor Hugo: “un reino longitudinal que no es insular es imposible; se repliega y se divide en dos al primer embate violento”.
Así el mapa que se dibuja en esta época será el de una Europa vertical dividida en largas bandas. De norte a sur, se esfuerzan en la búsqueda de aquel antiguo mar común, difícilmente utilizable, pero que continúa siendo un polo de atracción irremplazable. De izquierda a derecha esta Europa comprenderá:
1. Inglaterra, con la Aquitania y los reinos cristianos de España
2. Francia
3. La Lotaringia
4. El Imperio Germánico
5. La unión Polonia-Lituania
6. El Imperio Danubiano
7. El Imperio Bizantino
Sus regiones orientales y occidentales no volverán a comunicarse entre sí más que con las cruzadas. En la parte occidental la supremacía pertenecerá al Imperio Germánico.
Este imperio es, en efecto, reinstaurado en el 962 en favor del rey de Alemania, Otón el Grande. Toma el nombre, harto significativo, de Sacro-Imperio Romano. Francia y España se consideran siempre emperadores de su reino, y esta rivalidad producirá algunos violentos encuentros.
Moscú, definitivamente separado en el 1054, recogerá la herencia de Bizancio y se convertirá en la tercera Roma. Una tradición imperial eslava, fortalecida con una legitimidad casi equivalente a la de Occidente, se inaugura de esta suerte. Las nuevas tierras serán de quien quiera tomarlas. Pero las antiguas pertenecen a los muertos, enviscadas en una inextricable red de sentimientos y de intereses. El peso pasado abruma a Occidente, es difícil decir si el Imperio Romano existe aún o ya no existe; ya no existe, en un sentido, porque está dividido en reinos. Pero existe en otro sentido, porque es imposible asignar una fecha para su fin y se puede demostrar de muchas maneras que continúa viviendo, aunque de forma mutilada y degenerada.
Roma y Carlomagno, que parece hacerla revivir, ejercerán hasta nuestros días auténtica fascinación sobre cuántos pretendan la hegemonía europea. En muy raras ocasiones ha provocado la historia fascinación semejante y tan duradera.

La cristiandad como voluntad y como realización

¿Qué es la cristiandad? – La cristiandad nunca fue un hecho, sino más bien un mito, una llamada, una idea directriz. Por tanto, como ya hemos dicho, el principio unitario de Europa no es de naturaleza física y mecánica. Es un principio espiritual.
Bajo su forma visible, la cristiandad es la síntesis de la romanidad, conservada viva en las memorias, y de la promoción de los bárbaros fuertemente institucionalizada por Carlomagno. Bajo su forma invisible, es la común y única patria de la Edad Media. Las naciones no constituyen aún, contrariamente a la concepción romana, más que dominios privados de los príncipes. Ranke pone el año 1214, año de la victoria de Felipe Augusto sobre Otón IV, en Bouvines, como fecha en que aparece el primer sentimiento nacional: el de los franceses. Durante casi toda la Edad Media, el verdadero bien público es la christiana respublica: la iglesia docente organizada y jerarquizada. El régimen feudal es el de la división de la soberanía. El más poderoso de los reyes debe rendir cuentas al emperador, y siguiendo la misma lógica, se da en pensar que éste debe rendirle cuentas al Papa, como el Papa las rinde a Dios. Esta es la opinión de Inocencio III (1198) que así remata la pirámide. Bonifacio VIII reconoce la existencia de dos espadas, la espiritual y la temporal, pero afirma que las dos se encuentran bajo el poder de la iglesia; una es ejercida por ella y la otra para ella.

Separación de los poderes – Los soberanos se someten al punto de vista del Papa cuando son débiles o cuando aquél sirve sus intereses. En el caso contrario cocean, a veces violentamente, Desde el año 1100 la querella de las Investiduras plantea el problema de cierta independencia de los soberanos respecto del papado; hasta la frontera de los espiritual y a veces incluso un poco más allá. Federico Barbarroja llegará a afirmar que Roma debe ser tenido en cuenta sólo con un cometido arbitral.
Durante toda la Edad Media, esta cuestión del origen y de la repartición del poder supremo seguirá siendo una de las más ardientemente debatidas: ¿Es uno o múltiple? En el primer caso ¿pertenece la monarquía universal al Papa? En el segundo caso ¿los reyes reciben su poder del pontífice o lo han recibido de Dios mismo directamente?
Prácticamente, el emperador no será nunca demasiado amenazador. Su gran debilidad reside en ser elegido y no hereditario, de manera que su obra tiene que comenzar continuamente. No se le reconoce más que como uno de los príncipes alemanes, portador de un antiguo título sin significación real. El césaropapismo, o, al menos, la idea de una supremacía pontificia sobre lo temporal, que no se ejercitará más que en determinados casos y como último recurso, ha durado más tiempo. Sin duda los pontífices eran también elegidos: pero la filiación apostólica les confería una legitimidad más fuerte que la de la sangre. Desde el instante en que el desacuerdo entre las dos cabezas resulta irremediable, puede haber más de un vencedor pero un solo vencido: la noción misma de monarquía universal. Los señores feudales más poderosos jugaron su carta sobre este defecto, y ganaron. La división política de Europa se instaura definitivamente. Con ella la laicización del poder va a resultar no solamente una práctica necesaria, sino un hecho de derecho y casi una realidad ontológica.

La paz cristiana – Sea como fuere, durante la existencia de la cristiandad ésta contendrá en loables esfuerzos para hacer reinar una paz relativa entre los señores feudales. Desde el año 989 vemos, en el concilio de Charroux, preocupados a los obispos en remediar los males creados por la anarquía política y la multiplicación de las guerras privadas. En en año 1000 el concilio de Poitiers ya da carácter institucional a estas medidas que constituyen lo que se ha llamado la paz de Dios.
La institución de la tregua de Dios va aún más lejos, proscribiendo la guerra en domingo. Luego es extendida desde el miércoles a la noche al lunes por la mañana, así como durante todo el adviento y la cuaresma. En el concilio de Clermont, Urbano II, impuso una paz general de tres años, que todos los príncipes cristianos debían respetar. Calitxo II, en el concilio de Letrán (1123), generaliza las diversas disposiciones de la paz de Dios y de la tregua de Dios. Alejandro III (1179) las inscribe en el Derecho Canónico.
La cristiandad disponía, con las órdenes militares, de una fuerza de policía internacional especialmente destinada a proteger sus fronteras pero que intervenía algunas veces en el interior. La Edad Media estableció una organización completa de la paz en Europa, con su legislación, sus milicias y su financiamiento.

Luz y sombras – La época medieval fue el único tiempo en que el sistema de Europa haya estado fundado sobre su verdadera base, sobre una organización general. Entonces el arbitraje era el ejercicio soberano de una autoridad que se imponía a todos, que sabía, podía hacerse respetar. El concilio, expresión auténticamente representativa de la cristiandad, fue la forma, regional o ecuménica, del arbitraje cristiano. A él sometían los papas sus diferencias con el emperador; él convenía también a los príncipes beligerantes para escuchar sus explicaciones. Ciertamente, sus decisiones no eran acatadas siempre, pero tenían, humanamente, las mejores posibilidades de serlo, porque el concilio disponía del arma más terrible que puede existir para los creyentes: la excomunión.
La Edad Media fue también la época en que la guerra, limitada, es cierto, venía a ser algo endémico a Europa. Tantos esfuerzos para asegurar la paz manifiestan hasta la evidencia que se encontraba a la vez deseada y ausente. La unidad espiritual, indudablemente muy sólida, no es alcanzada más que excepcionalmente, para equilibrar la dispersión, la fragmentación casi infinita de la feudalidad. Por otra parte, la distinción entre lo espiritual y lo temporal, trajo consigo numerosos conflictos entre el papado y el imperio, que debían malograr a la cristiandad entera y por los que debía morir. La cristiandad ha realizado lo que a nuestros ojos, parece haber sido un orden internacional. Su convicción de representar a la totalidad del mundo descansaba en una ilusión. La aparición del fenómeno nacional; concomitante con el descubrimiento de un nuevo universo enteramente nuevo y la segregación religiosa de una gran parte de los reinos cristianos, va a remover profundamente un estado de cosas admirable bajo muchos puntos de vista, pero marcado por la caducidad de todo lo humano.

Laicización de la cristiandad y renacimiento de Europa

El gran giro – Desde el siglo XIII la cristiandad está profundamente minada en su interior. El mismo año, o casi, la primera monarquía nacional nace en Bouvines, mientras que en Inglaterra, los barones imponen la Carta Magna (1215) que coloca al poder real bajo su tutela: dos formas nuevas de estado aparecen, una y otra, aunque muy diversamente, orientadas hacia el porvenir. Un gran giro se inicia y harán falta más o menos dos siglos para que acabe. Porque la sociedad cristiana tardará mucho tiempo en morir.
El fin del siglo XIII y el principio del XIV son, probablemente, la época de transición. Marco Polo descubre Asia y la China, modificando singularmente las concepciones geográficas. Va haciéndose preciso admitir que no solamente la cristiandad no es el mundo, sino incluso que tampoco puede ser la civilización. La burguesía urbana empieza a afirmarse facilitando a los reyes un apoyo considerable en su lucha contra los señores feudales. El nacionalismo nace, con el estado centralizado; un dominio laico aparece de aquí en adelante, perfectamente distinto, al lado de la esfera propiamente religiosa cuya autoridad permanece incontestable.

Pierre Dubois, el precursor – Alumno en la Universidad de Paris, de Tomás de Aquino y de Siger de Brabante que fue asimismo, se dice, maestro de Dante. Dubois abraza de manera más o menos desinteresada la causa de su rey Felipe el Hermoso contra el Papa. Él quiere imponerse por su ciencia y su alteza de miras, y con este intento, escribe el De Recuperatione Terrae Sanctae, subtitulado tratado de política general, y que entre cien ideas nuevas, curiosas o locas, contiene un auténtico plan de federación europea.

Las ideas de Pierre Dubois – Pierre Dubois es ya un “moderno”. Es partidario de la reforma de la Iglesia y de los monasterios, lo que es muy laudable; pero es igualmente adversario feroz del celibato eclesiástico, opinión ya menos ortodoxa. Es partidario también de la monarquía centralizada, y adopta sin reservas el partido del primer rey absoluto. Reclama la supresión del poder temporal de los papas, la confiscación, en provecho de las coronas, de los bienes de las Iglesias y de los conventos. Campeón ardiente de la causa nacional, es por esto que siente la necesidad de a la vez un internacional, sin dejar de destacar, en sus proyectos de unión, su fidelidad a su rey Felipe el Hermoso de quien quiere hacer un emperador.

El proyecto de Dubois – Lo que él quiere, en el fondo, es la laicización del concilio. Al dilema ¿Papa o emperador? El responde, ni uno ni lo otro. La paz de Europa no puede ser más que fruto de un honesto entendimiento entre los monarcas, acompañado de buenas instituciones, tal vez también de una amenaza del exterior.
Desarrolla la idea de un concilio laico, que estará compuesto por árbitros laicos, preferentemente, o en su defecto, eclesiásticos: sin embargo, tanto en un caso como en otro, no serán escogidos en atención a su dignidad jerárquica, sino por ser prudentes, expertos y fieles; además prevé a la Santa Sede como lugar de apelación.

Influencia en Dubois – Pero el proyecto de Dubois está llamado a un éxito póstumo, cuyas frases aparecen oscuras.
Bajo una vida pública poco brillante, podemos presumir que el texto de Dubois, haya tenido una vida privada mucho más fecunda. Las ideas principales parece que se transmiten por tradición oral por determinados círculos políticos.
Es muy posible que los proyectos de unión europea que se van a suceder estén, directa o indirectamente, inspirados en Dubois.

El proyecto de Podiebrad – Para el siglo XIV, la laicización en Europa se encuentra muy avanzada. En 1378, el gran cisma de Occidente marca el inicio de la decadencia papal. Hacia la misma época, el movimiento modernista y pagano, que recibirá el nombre de Renacimiento, empieza a fermentar en Italia. La idea de una Iglesia nacional triunfará en Inglaterra. La institución de ejércitos permanentes y de impuestos regulares contribuye mucho a la promoción de los Estados particularistas. La toma de Constantinopla por Mohamed II, en 1453, reaviva el peligro turco. Este mismo año, acaba la Guerra de los Cien Años, y con ella lo que se ha dado en llamar la Edad Media.
Podiebrad, rey de Bohemia, se siente estrecho en su reino y no encuentra más que a Europa a la medida de su genio. En 1466, habiendo rehusado a someterse, es excomulgado, como herético por el papa Pablo II. En 1464 presta oídos complacidos a Marini que le aconseja emancipar a los pueblos y los reyes para organizar una nueva Europa. Podiebrad intenta unir a las jóvenes naciones que como la suya, acababan de adquirir su autonomía contra el papa y el emperador. El proyecto es presentado como una alianza contra los turcos, pero se trata de un aliga perfectamente subersiva, los contemporáneos no se engañan.

La respuesta de Luis XI – Por lo demás, el proyecto de Podiebrad, concuerda con el de Pierre Dubois, al que se parece también en lo del pretexto turco.
Los estados formarán una asociación, deberán prestarse asistencia recíproca; si se produce un conflicto entre ellos está previsto y organizado el arbitraje, en caso de rehusarse a la decisión, el recalcitrante se expone a sanciones armadas. La confederación está abierta a cuantos pidan formar parte de ella. El voto se realiza por nación.
Di bien obtuvo varias adhesiones, Luis XI se negó, viendo el lado antipapista del tratado. Roma por su parte no solo no contesto, sino que ni siquiera se defendió. Más tarde tratará de florearse de su amistad con Luis XI, pero con poco éxito. En 1470 envió con este fin al rey de Francia una bula anunciando la fundación de una cofradía de la paz, a la que el rey respondió con deseo de éxito, dándole un entierro modestamente florido.

Absolutismo y cosmopolitismo - En el terreno de los hechos, una Europa está a punto de perder su lugar. Los reyes consolidan sus reinos, conciben inmenso orgullo de ellos, y se constituye la teoría de la soberanía de derecho divino, negación misma del principio de la cristiandad. El absolutismo toma cuerpo sin ningún control interior o tutela exterior.
Así, la idea de una comunidad universal va a tener que hacer lugar a la de un equilibrio entre poderes heterogéneos. Muchas leyes, muchos jefes, relacionados por el derecho del más fuerte, y la paz por el solo temor de un riesgo mayor.
La Europa laica va a forjarse un universalismo a su medida, secular y cosmopolita: el humanismo. Mañana será el racionalismo su última realización. Así aparece, ciertamente y en todos los sentidos de la palabra, un universo nuevo.

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