lunes, 13 de octubre de 2008

La modernidad desbordada – Arjun Appadurai

La modernidad desbordada – Arjun Appadurai

Aquí y ahora

La modernidad pertenece a esa familia de teorías que declaran y desean tener para sí aplicabilidad universal. Lo que es nuevo de la modernidad se desprende de esa dualidad.

El ahora global

Este libro argumenta a favor de un quiebre general en las relaciones intersocietales en las últimas décadas. Nuestra forma de entender el cambio (y en particular el quiebre) necesita ser explicada y diferenciada de otras anteriores de la transformación radical.

El mundo en el que vivimos hoy supone un quiebre general con todo tipo de pasado. ¿Qué tipo de quiebre es este, si no es el que identifica y narra la teoría de la modernización?

Este trabajo lleva implícita una teoría de la ruptura, que adopta los medios de comunicación y los movimientos migratorios como los dos principales ángulos desde donde ver y problematizar el cambio, y explota los efectos de ambos fenómenos en el trabajo de la imaginación, concebido como un elemento constitutivo principal de la subjetividad moderna. Los medios de comunicación electrónicos transforman el campo de la mediación masiva porque ofrecen nuevos recursos y nuevas disciplinas para la construcción de la imagen de uno mismo y de una imagen del mundo. Esta es, por consiguiente una argumentación relacional. Aquí intentare rastrear y mostrar el modo en que los medios electrónicos transforman los mundos preexistentes de la comunicación y el comportamiento.

Los medios electrónicos dan un nuevo giro al ambiente social y cultural dentro del cual lo moderno y lo global suelen presentarse como dos caras de una misma moneda. Siempre cargados de un sentido de la distancia que separa al espectador del evento, de todos modos ocasionan la transformación del discurso cotidiano. Los medios electrónicos pasan a ser recursos, disponibles en todo tipo de sociedades y accesibles a todo tipo de personas, para experimentar con la construcción de la identidad y la imagen personal. Debido a la pura multiplicidad de las formas que adoptan y a la velocidad con que avanzan y se instalan en las rutinas de la vida cotidiana, los medios de comunicación electrónicos proveen recursos y materia prima para hacer de la construcción de la imagen del yo, un proyecto social cotidiano.

Lo mismo que ocurre con la mediación ocurre con el movimiento. Las migraciones en masa al yuxtaponerse con la velocidad del flujo de imágenes, guiones y sensaciones vehiculizados por los medios masivos de comunicación, dan como resultado un nuevo orden de inestabilidad en la producción de las subjetividades modernas. Lo que vemos son imágenes en movimiento encontrándose con espectadores desterritorizados. Esto da lugar a la creación de esferas públicas en diáspora, fenómeno que hace entrar en cortocircuito las teorías que dependen de la continuidad de la importancia del estado-nación como árbitro fundamental de los grandes cambios sociales.

En suma, los medios electrónicos y las migraciones masivas caracterizan el mundo de hoy, no en tanto nueva fuerzas tecnológicas sino como fuerzas que parecen instigar el trabajo de la imaginación. Podemos decir que las personas y las imágenes se encuentran, de forma impredecible, ajenas a las certidumbres del hogar y del país de origen, y ajenas también al cordón sanitario que a veces, selectivamente, tienden a su alrededor los medios de comunicación locales o nacionales. Esta relación cambiante e imposible de pronosticar que se establece entre los eventos puestos en circulación por los medios electrónicos, por un lado, y las audiencias migratorias, por otro, define el núcleo del nexo entre lo global y lo moderno.

Intentare mostrar como el trabajo de la imaginación, entendida en este concepto, no es ni puramente emancipatorio ni enteramente disciplinado, sino que en definitiva, es un espacio de disputas y negociaciones simbólicas mediante el que los individuos y los grupos buscan anexar lo global a sus propias prácticas de lo moderno.

El trabajo de la imaginación

A partir de Durkheim los antropólogos han aprendido a concebir las representaciones colectivas como hechos sociales considerándolas trascendentes de la voluntad individual, cargadas con la fuerza de la moral social como realidades sociales objetivas. Lo que me interesa sugerir aquí es que en las últimas décadas hubo un giro, que se apoya en los cambios tecnológicos ocurridos a lo largo del último siglo, a partir del cual la imaginación también paso a ser un hecho social colectivo.

Al sugerir que en un mundo poselectrónico la imaginación juega un papel significativamente nuevo, baso mi argumento en las tres distinciones siguientes:

  • Actualmente la imaginación se desprendió del espacio expresivo propio del arte, el mito y el ritual, y paso a formar parte del trabajo mental cotidiano de la gente común y corriente. Esto tiene sus precedentes en las grandes revoluciones, sin embargo en la actualidad, ya no es cuestión de individuos dotados de cualidades especiales capaces de inyectar la imaginación en un lugar que no es el suyo.

Cada vez aparece más gente que se imagina la posibilidad de que en un futuro, ellos o sus hijos vivan o trabajen en un lugar distinto al de nacimiento; otros son llevados por la fuerza a sus nuevos lugares y otro grupo se moviliza en busca de una mejor oportunidad ante una situación insoportable en su lugar de nacimiento. Así podemos hablar de diásporas de la esperanza, diásporas del terror y diásporas de la desesperación. Pero en todos los casos, estas diásporas introducen la fuerza de la imaginación, ya sea como memoria o como deseo.

  • Una distinción entre la imaginación y la fantasía. La idea de fantasía connota la noción de pensamiento divorciado de los proyectos y los actos, y también tiene un sentido asociado a lo privado y hasta a lo individualista. La imaginación, posee un sentido proyectivo, el de ser un preludio a algún tipo de expresión, sea estética o de otra índole. La fantasía se puede disipar pero la imaginación, sobre todo cuando es colectiva, puede ser el combustible para la acción.
  • Una distinción entre el sentido individual y el sentido colectivo de la imaginación. Lo que los medios de comunicación hacen posible es lo que en otra oportunidad denominé comunidad de sentimiento, que consiste en un grupo que empieza a sentir e imaginar cosas en forma conjunta como grupo. La adopción de la imprenta por parte del capitalismo puede ser un recurso muy importante, pero otras formas de comunicación propias del capitalismo electrónico pueden llegar a producir efectos similares y hasta más fuertes, ya no a nivel nacional sino global.

Estas comunidades creadas por los medios, son comunidades en sí, pero siempre, en potencia, comunidades para sí, es decir, capaces de pasa de la imaginación compartida a la acción colectiva.

Esta teoría del quiebre o la ruptura con su fuerte énfasis en la mediación electrónica y las migraciones masivas, es necesariamente una teoría del pasado reciente, ya que ha sido sólo en estas dos últimas décadas que tanto los medios electrónicos de comunicación como los movimientos migratorios se globalizaron masivamente, es decir, se volvieron activos en grandes e irregulares espacios transnacionales. ¿Por qué considero que esta teoría es algo más que una mera puesta al día de teorías sociales anteriores referentes a las rupturas de la modernización? En primer lugar porque la mía no es una teoría teleológica. Segundo porque el eje de mi teoría no es un proyecto de ingeniería social a gran escala, sino las prácticas culturales cotidianas a través de las que el trabajo de la imaginación se va transformando. Tercero porque mi enfoque de problema deja enteramente abierta la cuestión de adonde van a ir a parar los experimentos con la modernidad que hace posible la mediación electrónica. Cuarto, mi acercamiento al quiebre ocasionado por la fuerza combinada de la mediación electrónica y las migraciones masivas es explícitamente transnacional. En tanto tal, esta teoría busca alejarse de la arquitectura de la teoría de la modernización clásica (también llamada desarrollista o difusionista), y que uno podría denominar realista en la medida que se apoya sobre la prominencia del estado-nación.

Ahora bien, no podemos simplificar las cosas pensando que lo global es al espacio lo que lo moderno es al tiempo. En muchas sociedades, la modernidad es algún otro lugar del mismo modo en que lo global es una onda de tiempo con la que uno debe encontrarse solo en su presente.

La transformación de las subjetividades cotidianas por obra de la mediación electrónica y el trabajo de la imaginación no es solo un hecho cultural. Esta profunda e íntimamente conectada con lo político, a través del modo nuevo en que las lealtades, los intereses y las aspiraciones individuales cada vez se interceptan menos con las del estado-nación.

La mirada antropológica

Con frecuencia me encuentro bastante problematizado por el uso de la palabra “cultura” como sustantivo y muy apegado a la forma adjetiva de la palabra, o sea, “cultural”. La sustancialización de la palabra cultura, parecer devolver a la misma al espacio discursivo de lo racial, es decir, aquello que precisamente debería combatir. Al implicar una sustancia mental, el sustantivo cultura parece privilegiar las ideas del estar de acuerdo, estar unidos y de lo compartido por todos.

En cambio, el adjetivo cultural nos lleva al terreno de las diferencias. El aspecto más valioso del concepto de cultura es el concepto de diferencia, una propiedad contrastiva; su principal virtud consiste en ser un recurso heurístico de gran utilidad, que puede iluminar puntos de similaridad y contraste entre todo tipo de categorías.

La idea de cultura que supone una organización naturalizada de ciertas diferencias en el interés de la identidad de grupo como resultado de un proceso histórico y de diversas tensiones entre agente y estructuras vienen a estar muy cerca de lo que se dio en llamar la concepción instrumental de etnicidad, como opuesta a la concepción primordialista.

Con respecto al culturalismo, podemos decir que lo usamos para designar una característica de los movimientos sociales que exhiben procesos conscientes de construcción de su identidad. El culturalismo es una política de identidades movilizada en el nivel del estado nación, es la movilización consciente de las diferencias culturales al servicio de una política a mayor escala, nacional o transnacional.

Las ciencias sociales después del patriotismo

Los estados nación, a pesar de sus diferencias, sólo tiene sentido como parte de un sistema. Este sistema se nos presenta muy pobremente equipado para lidiar con los fenómenos de interconexión y los pueblos en diáspora que caracterizan el aquí y ahora. Los estados-nación, en tanto unidades de un sistema interactivo complejo, probablemente no sean los que vayan a arbitrar, a largo plazo, la relación entre la globalidad y la modernidad.

Las esferas diaspóricas son muy diversas, sus motores son los medios de comunicación y los movimientos sociales. Puede que al final, el orden posnacional emergente no sea un sistema de unidades homogéneas sino un sistema basado entre unidades heterogéneas. El gran desafío de este nuevo orden es ver si tal heterogeneidad es consistente con ciertas convenciones mínimas de valores y normas que no requieran adhesión estricta al contrato social liberal del Occidente moderno.

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